
La homogeneización de las interfaces y el empobrecimiento creativo del diseño digital
Está pasando algo extraño en el diseño digital. Hemos llegado a un punto en el que casi todos los productos parecen diseñados por la misma persona, siguiendo el mismo manual: una caja de texto, fondo blanco, tipografía neutra y la promesa de que la magia sucede del otro lado.
Pero, ¿en realidad estamos creando nuevas experiencias o solo vistiendo la misma interfaz con otra marca?
Lo que antes era interfaz hoy se volvió convención. Y lo que debería ser un salto creativo se está convirtiendo en simple repetición.
Inquieto por esto, me empecé a preguntar:
¿Cómo recuperamos la creatividad humana en la era de la inteligencia generativa? ¿Cómo diseñamos algo verdaderamente nuevo cuando todo parece obedecer al mismo patrón?
El legado de la interacción: cuando lo digital imitaba lo humano
Históricamente, la IA siempre ha buscado imitar el comportamiento humano: el lenguaje natural, las expresiones, las conversaciones. El chat parecía el camino lógico; si la máquina habla como nosotros, ¿por qué no hablarle? Tiene sentido: es simple, accesible y directo.
El problema no es el chat. Es el monopolio de la metáfora conversacional. En los 2000 imitábamos carpetas y archivos. Luego, libros y botones físicos. Ahora imitamos el diálogo humano.
Pero la IA no es humana. Es cognitiva, multimodal, contextual. Reducirla a una conversación en texto es como usar un microscopio para mirar el cielo: una herramienta poderosa, pero fuera de contexto.
La estética de la indiferencia
Abre cualquier herramienta “impulsada por IA”: Notion AI, Copilot, Gemini, ChatGPT, Perplexity. Todas convergen en el mismo gesto: escribe algo y espera la respuesta. Como señala Zeh Fernandes en “Why Is Everyone Obsessed With Chat Interfaces?”:
“El lenguaje natural se está volviendo una interfaz perezosa. Da la ilusión de que un problema ha sido resuelto. Que puedas interactuar con una IA mediante texto no significa que sea la mejor manera de hacerlo.”
De pronto, el diseño dejó de ser un puente entre humanos y máquinas para volverse un pasillo sin ventanas. Esta homogeneidad no es solo estética: también es epistemológica.
Estamos diseñando productos “inteligentes” bajo la misma lógica que usábamos en los buscadores de los 2000: oráculos predecibles —sin contexto, sin capas, sin personalidad, sin imaginación. La estética de la IA se volvió la estética de la indiferencia.
Potencial desperdiciado
La ironía es que nunca habíamos tenido tanta inteligencia disponible… y nunca habíamos diseñado de forma tan superficial.
La IA entiende contexto, comportamiento, intención. Puede anticipar acciones, adaptar lenguaje, reconocer voz, imagen y emoción. ¿Y qué hacemos? Le pedimos al usuario que “escriba un prompt”.
Es como contratar a un asistente brillante y encerrarlo tras una puerta, aceptando solo respuestas por nota escrita. La inteligencia está ahí, pero la interfaz no la deja vivir.
Las empresas invierten miles de millones en IA, pero fallan en lo más básico: la inteligencia solo sirve si es accesible.
La accesibilidad no se trata solo de contraste o rampas; significa permitir que personas con distintos niveles de alfabetización digital comprendan y aprovechen sistemas complejos.
La IA debería amplificar la inteligencia humana, no reemplazarla.
Cuando la IA y los humanos colaboran
Hay un abismo entre una IA que responde y una que colabora. La verdadera revolución no vendrá del chat, sino de interfaces que entiendan el contexto, sugieran de forma visual, interpreten intenciones, aprendan del comportamiento y se ajusten en tiempo real.
Imagina una IA que, en lugar de esperar órdenes, siga tu flujo de trabajo y ofrezca ayuda visual. Que sugiera diseños mientras dibujas, que lea el silencio como una duda y proponga caminos. Una inteligencia que realmente dialogue con el humano, no solo texto contra texto.
El reto está en hacer que esa presencia no sea invasiva: una IA que observe sin vigilar, escuche sin interrumpir, participe sin tomar el control. Un asistente que entienda el contexto y el ritmo, pero respete el espacio para improvisar y hacer pausas —ahí donde realmente sucede la creación.
El papel de la interfaz: traducir la complejidad en posibilidades
Los productos impulsados por IA deberían enfocarse menos en responder y más en razonar junto al usuario. La nueva frontera del UX es cognitiva y sensorial.
Las investigaciones recientes sobre interfaces multimodales muestran que la IA generativa está transformando las posibilidades de la interacción humano-computadora. El estudio “Generative AI in Multimodal User Interfaces” señala que la evolución de la HCI se dirige hacia sistemas más naturales e intuitivos, donde la interacción multimodal juega un papel central, permitiendo comunicación a través de múltiples canales sensoriales: no solo texto, también voz, gestos, imágenes y contexto ambiental.
Multimodalidad: texto, imagen, tacto, voz y contexto.
Recomendaciones contextuales: entiende patrones y preferencias.
Personalización educativa: no solo muestra, sino enseña.
Visualización del razonamiento: hace visible el proceso de la IA, no lo oculta.
La IA no tiene que ser una caja negra. Puede ser una lente.
La paradoja de la homogeneidad inteligente
Vivimos en una era donde cada producto quiere parecer “inteligente”, pero todos terminan sonando igual. Las interfaces se han convertido en avatares de una misma promesa abstracta.
La investigación en diseño de interfaces ha demostrado desde hace décadas que la estética no es superficial; moldea la percepción, la confianza y el nivel de compromiso del usuario. Desde los noventa, estudios de Kurosu y Kashimura mostraron que los usuarios perciben productos visualmente atractivos como más funcionales, incluso cuando no lo son. En “Emotion & Design: Attractive things work better”, Don Norman demuestra que la emoción cambia los parámetros operativos de la cognición: los objetos atractivos literalmente hacen que el cerebro funcione mejor, aumentando la creatividad y la tolerancia a los problemas.
El fenómeno se puede medir: el estudio “Understanding Design Fixation in Generative AI” mostró que los diseñadores expuestos a resultados producidos por IA tienden a repetir los mismos patrones visuales y conceptuales, creando un ciclo vicioso de homogenización creativa.
Perdimos lo que hacía humano al diseño: la interpretación, el matiz, la emoción, el error, la improvisación. El diseño con IA debería ser plural, no estándar; expandir el campo de la experiencia, no reducirlo a un cursor parpadeante.
Tal vez el mayor reto de nuestro tiempo no sea enseñar a las máquinas a pensar, sino enseñar a los diseñadores a imaginar de nuevo.
Principios de una interfaz realmente inteligente
Para que la inteligencia artificial mejore de verdad la experiencia humana, no basta con responder a comandos. Las interfaces deben pensar con nosotros, ampliar la comprensión y convertir la complejidad en posibilidades concretas.
Algunos principios que pueden guiar el diseño de interfaces verdaderamente inteligentes:
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Relevancia contextual: la IA debe actuar según lo que el usuario hace, no solo lo que escribe.
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Visualidad interpretable: mostrar cómo la IA llegó a su respuesta, de forma visual, no solo textual.
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Soporte multimodal: texto, imagen, sonido, gesto. La IA es percepción, no solo lenguaje.
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Accesibilidad cognitiva: reducir carga mental, volver tangibles los conceptos abstractos.
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Humanidad aumentada: la IA debe ampliar la capacidad humana, no eclipsar la autoría.
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Diversidad estética: cada producto debe reflejar su identidad, propósito y audiencia, no la estética genérica del “chat universal”.
El futuro del diseño no será “conversacional”; será colaborativo. Y quizá, antes de enseñar a las máquinas a entendernos, debamos reaprender a diseñar experiencias que realmente nos entiendan.
Porque si todo empieza a verse igual, tal vez el problema no sea la IA.
Tal vez sea nuestro miedo a diseñar algo nuevo.